4 de febrero de 2017

Trampantojos cine-literarios


Recientemente he visto tres películas que jugaban con la literatura más allá de adaptarla a la pantalla. Un trhiller, Animales nocturnos de Tom Ford, una comedia, El ciudadano ilustre de Mariano Cohn y Gastón Duprat y una comedia dramática, Paterson de Jim Jarmusch.
Las tres, a su modo, son trampantojos irónicos que parecen hablar de la literatura desde el cine y, sin embargo, están haciendo un cierto arte, cine y literatura, literacine.

El trhiller de Ford adapta una novela con un planteamiento clásico en su género: protagonista bien situada social y económicamente, ignorante de la crisis existencial en que está sumida, es zarandeada sin miramientos por su pasado. Cobra conciencia de su vacío y quiere recuperar un camino perdido. Ella es Susan, una exitosa galerista de arte, con un matrimonio tan frío como opulento, presa del insomnio, transitando una vida tan envidiable como vacía. La crisis llega en forma de paquete con una novela de su anterior esposo y una nota solicitando su lectura. Siempre fuiste mi mejor crítica, le escribe. Es el detonante literario, el relato dentro del relato, que se inicia con lectura de la novela. Al principio parecen historias paralelas, inconexas, pero a medida que la lectura va absorbiendo a Susan y adueñándose de la película, se nos revela como una gran metáfora de la relación que tuvo con su marido. Su presente se evidencia hueco, incluso para ella misma, y decide recuperarlo. Nada extraño por ahora, desde Cervantes estamos acostumbrados a relatos dentro del relato, pero ciertos detalles y la escena final de la película convierten toda la historia en un relato fabricado por la protagonista. ¿O tal vez no?

Cohn y Duprat conceden el Nobel de literatura a un escritor argentino, Daniel Mantovani. No sólo el tema, sino los continuos comentarios del premiado, su crítico discurso en la Academia sueca incluido, versan sobre el arte de novelar y la implicación personal del escritor. El orgullo pueblerino de su Salas natal lo invita a una grotesca celebración y él acepta, volviendo al pequeño lugar del cual salió hace cuarenta años sin intención alguna de regresar. La comedia negra se adueña de la película a partir de ese momento, con una delicia de situaciones que enfrentan la mirada provinciana con otra más abierta que, sin embargo, se nutre de la primera para construir una literatura universal. Los hechos van complicándose hasta llegar a un clímax dramático repentinamente refrescado por la secuencia final. En ella se nos revela la trampa creativa, la producción del relato que acabmos de presenciar, ¿o se trata de una nueva historia?

Jarmusch nos ofrece un ejemplo literatura práctica, el proceso creativo de los poemas de Paterson, un conductor de autobús en la ciudad de Paterson, cuna de los poetas William Carlos Williams y Allen Ginsberg. Una suerte de beatus ille urbano, un canto a la plenitud de lo sencillo y lo humilde, donde la poesía brota, como el resto de la vida del protagonista, de la necesidad de un orden rutinario. Paterson escribe sus poemas en un cuaderno que lleva habitualmente consigo, al conducir el autobús, al estar con sus amigos, al sacar a Marvin, el perro de su pareja, al cual odia del mismo modo que hace todo, contenidamente. Y es el celoso y posesivo Marvin quien, sin saberlo, lo denuncia como falso poeta y lo empuja hacia la posibilidad de serlo. Marvin y el turista japonés que, al final de la película, le regala un cuaderno en blanco. Jarmusch nos estaba diciendo que todo el proceso creativo mostrado no engendraba siquiera un embarazo inviable, sino uno falso. Y además nos ofrece un doble rizo: la película misma es la creación poética, las imágenes que delicadamente construye y encadena, desde la primera secuencia hasta la última, son el auténtico mensaje. ¿O es otro?

4 comentarios:

David Porcel Dieste dijo...

Estupendo análisis que invita a ver las tres protecciones. De ellas sólo he visto Paterson: Me gustó por su honestidad y su ánimo de mostrar, más que de enredar al espectador. Además, seguro puede dar lugar a reflexiones interesantes sobre el límite, a veces tan difuso, entre la vida y la obra, entre vivir creando y crear viviendo...

M. A. Velasco León dijo...

Y en Paterson no te dió la impresión de que la clave interpretativa está en el turista japonés y su regalo. La creación necesita dolor (causado por el perro Marvin), crisis y vacío para renacer.
Te recomiendo las otras dos.
Saludos

David Porcel Dieste dijo...

Sí, pero las palabras que se van con el perro Marvin son las mismas que se van cuando salen a la luz, en forma de ese libro que nunca llega a imprimir Paterson..En ambos casos, hay que empezar de nuevo, porque la creación es eso: Siempre empezar de nuevo...

M. A. Velasco León dijo...

Estamos de acuerdo en la creación comienzo permanente. Pero hay mucho que hablar sobre el perro y, de nuevo insisto, el turista japonés. Hagámoslo ante un buen vino.
Salud