...el
futuro ni depende enteramente de nosotros ni tampoco nos es
totalmente ajeno, de modo que no debemos esperarlo como si hubiera de
venir infaliblemente ni tampoco desesperamos como si no hubiera de
venir nunca. EPICURO,
Carta a Meneceo
Debo
parecerme a Nanni Moretti en algo más que en el físico, porque
hacía tiempo que no dejaba el cine con esta agradable sensación.
Lástima que he ido solo y nadie ha podido comentar la sonrisa
bobalicona que, estoy seguro, dibujaba mi cara a la salida de El
sol del futuro.
Si
queréis conocer el argumento, os diré tan sólo que Giovanni, un
director de cine italiano ya entrando en la vejez, comienza la
filmación de una nueva película ambientada en la Italia de 1956,
justo cuando se produjo la revolución húngara. Pero este rodaje va
a resultar muy difícil de llevar a cabo.
Es
cine dentro del cine y a la vez una crítica de la política del
presente. Es más, en la Italia de la ultraderecha, Moretti está
mostrando añoranza de la política, valentía al opinar y defensa de
sus convicciones. La izquierda italiana también recibe lo suyo, de
mano de los personajes de la película que Giovanni, el protagonista,
está filmando. Como declaró el director en una entrevista: “Digamos
que a la izquierda italiana le hará bien estos años de oposición
para encontrar un poco de identidad”
Metacine
político planteado desde las tenues fronteras entre la realidad y la
ficción, entre el público y los personajes, entre el director y su
obra, entre la creación y la repetición (ahí quedan sus guiños a
otros directores y a alguna de sus propias películas, como vemos por
el cartel anunciador y la secuencia de la que está tomado).
Moretti
se ocupa de todo ello, nuevamente, con gran sentido del humor,
despertándonos emociones y sentimientos alejados de los estereotipos
planos del cine comercial, ya sea hollywodiense o europeo. Y es que
en la película, frente a los productos masivos tipo Netflix,
encontramos convicciones e ideas, aunque no se venda en ciento
noventa países, como las de dicha plataforma.
Nos
transmite un optimismo inseguro pero coherente, fiel a sí mismo y a
los próximos; energía necesaria para hacer las cosas de otro modo.
Digamos que Epicuro abandona el jardín, junto con sus amigos, y da
el paso a la política. De este modo, los amigos se amplían a los
próximos, como son los circenses húngaros de gira por la Italia de
la película filmada, los cuales, a su vez, tienen familia y amigos
aplastados por los tanques soviéticos en el otoño húngaro. La
amistad va extendiéndose, la solidaridad se propaga de prójimo en
prójimo, mostrando que la política va mucho más allá de lo que
hacen los políticos profesionales. Sin embargo, no le sería fiel
sin señalar que su optimismo es contenido, apoyado no en la
naturaleza humana sino en la acción ética y política.
Acción
que puede y debe ser impulsada desde el arte, desde el relato
cinematográfico, en consecuencia. Si somos palabra, discurso
construido por el otro, por las palabras de cuantos nos rodean,
entonces Moretti, como Giovanni -su alter ego- está tratando de
construir un relato donde las imágenes, acompañadas del arte más
evanescente de todos, la música, influyan en el plano simbólico en
vez de estar solamente determinadas por el, y lo hagan para florecer
una nueva realidad. La potencia de las secuencias musicales,
especialmente la del final, así nos lo dice, aunque no se yo si
Lacan daría su visto bueno
al respecto (pero eso no me importa mucho). El cine está
construyendo un futuro nuevo al jugar con el pasado y al despertar
emociones sinceras que nos unen a los otros, en lugar de enfrentarnos
a ellos.
La
música, está tan magistralmente traída, que entre este Moretti y
el Sorrentino de La juventud van a acabar con mi fobia al cine
musical. Dos canciones, especialmente, construyen secuencias
inolvidables: La canzone dell'amore perduto de Fabrizio de
Andrè, tremenda en su calmada melancolía, expresa la crisis amorosa
del protagonista, y Voglio vederti danzare de Franco Battiato,
ilumina de tal modo la escena -para mí, la mejor de la película-
que han brotado lágrimas dichosas de mis ojos. He tarareado ambas
para desgracia del público circundante, aunque, bien pensado,
también para su suerte; y es que estamos demasiado acostumbrados al
purismo del espectador intelectual, con su inmaculado silencio y su
analítica frialdad en la mirada, cuando en realidad el cine siempre
ha sido espectáculo vivo, dinámico y a menudo interactivo, pero
este es otro tema.
En
suma, estamos ante un Moretti en estado puro, esa voz necesaria
frente al aplastante cine de riesgo cero cuya meta no es otra que la
rentabilidad.