No
ha sido la pesadilla mediática de unos nacionalismos, tan burdos
como interesados, quien me ha enfrentado a la vieja cuestión de las
dos Españas. En verano aprovecho para desconectar de las noticias,
pero en esta ocasión el suceso se ha colado en mi pueblo adoptado.
No, no pretende la independencia, lo cual tendría su aquel y
bastante gracia, sino que ha sido escenario de un escándalo, un caso
de corrupción a pequeña escala, con su pequeña repercusión en la
prensa, pero de magnitud envolvente para sus vecinos y quienes lo
frecuentamos. Los hechos, aún calientes y pendientes de aclaración
judicial, me han sumergido en el problema de nuestra España.
Reflejado en este pequeño espejo he visto a quienes prefieren no
enterarse, a quienes enterados recurren al consabido y falaz “todos
son iguales”, a quienes han cerrado filas en torno a los
responsables políticos y a quienes embisten contra ellos desde las
filas opuestas. Todos ellos envueltos por una atmósfera extraña,
cargada de intranquilidad y resquemor.
He
rastreado la escisión de lo español durante todo el siglo veinte,
retrocediendo hasta las guerras Carlistas y más allá, hasta las
entrañas de la guerra de la independencia, pero nuestra historia
contemporánea más parece mostrarme que aclararme el problema de las
Españas. Sospecho que hay algo más allá del modo de entender la
nación, lo mismo da la catalana, la española, o la cartagenera, más
allá de la pugna entre ideologías y colores políticos, y de la
oposición entre conservadores y progresistas.
El
enfrentamiento ideológico centro-periferia me parece un modelo de
corto alcance explicativo, porque las Españas no son efecto del
choque entre dos concepciones de lo nacional, la centralista y la
independentista -típica de nuestras periferias costeras-, sino su
causa. Además, si cualquier nacionalismo necesita tener otro
enfrente que se le oponga y sea el enemigo al cual enfrentarse, los
periféricos son tan hijos del centralista como éste de aquellos.
Otro
tanto sucede con la oposición política derechas-izquierdas. Este
siglo veintiuno muestra a las claras que su línea de separación no
va más allá de las siglas de los partidos, lo cual no es mucho, y
menos aún si recordamos el cíclico empeño de los mayoritarios en
abanderar el centro. Para colmo, la militancia en uno u otro de los
colores políticos, y esto parece suceder desde su mismo nacimiento,
no sólo está condicionada por la posición socioeconómica, sino
por lazos familiares, clientelares y meramente casuales. Sin embargo,
suele pasarse por alto aunque explica en buena parte los tránsitos
de unas filas a las de enfrente. Pensemos en cierto periodista
español que desde Bandera
Roja
transitó con facilidad hasta la ultraderecha, o en el gran baile de
nuestros políticos en las décadas de los setenta y los ochenta.
La
pugna conservador-progresista enseguida revela su contradicción,
porque el progresismo choca con la prioridad de conservar lo mío y
el conservadurismo continuamente trata de progresar, siempre que sea
en aumento de su ventaja. No perdamos de vista que esta lucha es
reflejo de los ideales del Antiguo Régimen, por una parte, y de la
euforia desatada por el positivismo científico y sociológico, por
otra.
Los
tres análisis se mueven en el terreno de -así lo llamo- lo político
constituido.
Su explicación parte de la existencia de una sociedad histórica,
moderna o contemporánea, y muy institucionalizada. No puedo rastrear
pugna entre progresistas y conservadores en El Argar ni en Los
Millares, como no encuentro nacionalidades en el Medievo, ni derechas
e izquierdas en la corte de los Austrias. En consecuencia, he de dar
un paso más, hacia lo que llamo político
constituyente.
Me sitúo en sociedades prehistóricas y más allá, en constantes
del proceder humano que muestran unas raíces hundidas hasta la
dicotomía entre lo
racional y lo afectivo.
Profundas entrañas de nuestras gentes, las cuales podrían
rastrearse a través de mitos y rituales.
¿Es
posible conciliar una racionalidad coherente y unas pasiones
atávicas?. ¿O acaso el triunfo de una u otra dibuja el mapa de las
dos Españas?
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