El
mar de lo que suele llamarse “vida cultural” de un lugar, una
ciudad, un país, es un complejo tejido en el cual cabe desde la alta
cultura hasta las propuestas más alternativas. El extremo superior,
desde la óptica del poder, suele aparecer en los medios y está
pagado con dinero público, ya directamente, ya mediante fundaciones
de grandes empresas que se desgravan en hacienda y además logran dar
buena imagen. La alta cultura dispone de gestores que han hecho de su
dedicación un empleo bien remunerado, lo cual no sucede con quienes
gestionan la baja, la popular y la cultura alternativa.
Esta
cultura no genera sino espectáculo para un público pasivo y, todo
lo más, turismo, que vuelve a ser la gran industria nacional,
tratando fallidamente de trasplantar las suecas de los años sesenta
desde las playas a los museos y ciudades temáticas, pero jamás
logrará elevar el nivel del pueblo a quien, supuestamente, va
dirigida. Traer las primeras figuras de la ópera y ofertar ciclos
con las orquestas más prestigiosas, mientras se desatiende la
enseñanza de la música en los planes de estudio, en los colegios,
los institutos y se relega a unos conservatorios musicales tan
escasos como saturados, no consigue sino que un público selecto, ya
existente, disfrute, pero en absoluto mejora la sensibilidad ni la
práctica musical de los ciudadanos.
La
gran cultura es el relumbrón necesario para salvar las apariencias
de todo gobierno que se considere progresista, además de una
industria que beneficia a los artistas próximos al poder. Los
gobiernos conservadores siempre la han mirado con recelo y desprecio,
e incluso hoy, que han descubierto sus posibilidades de negocio
mediante el turismo cultural, siguen prefiriendo el fútbol.
Descendiendo
de este extremo, que se prolonga a través de gobiernos autónomos y
alcaldías más de lo que a primera vista parece, comienza el verdadero tejido cultural de un país, compuesto
por pequeños negocios como editores, librerías, tiendas de música,
de materiales artísticos, comediantes callejeros, conscientes de
que, si hay suerte, lograrán vivir de su labor; grupos aficionados
de música y de teatro; dibujantes y otros artistas plásticos
callejeros; asociaciones sin ánimo de lucro de lo más diverso,
desde vecinales hasta temáticas; clubes; reuniones de amigos;
individuos aislados que ofrecen su pensamiento y su pluma a través
de las tics. Todos ellos actúan como pequeños gestores culturales
que organizan desde cafés temáticos, charlas, conciertos,
intervenciones artísticas, dibujos de eventos, revistas, fancines,
encuentros... hasta premios a labores culturales.
Gestores
anónimos que emplean su tiempo, incluso su dinero en muchas
ocasiones, sabedores de su necesaria labor algunos o ignorantes de
ella otros. Sin estos trabajadores de la cultura no existiría el
caldo de cultivo necesario para que, de cuando en cuando, surjan
quienes llegan a ser por todos conocidos e incluso estudiados. Como
los hongos, la cultura no puede mantenerse con sólo lanzar esporas,
precisa de un micelio, más eficaz cuanto más extenso, pero siempre
frágil y oculto.
El
micelio se prolonga hasta el extremo opuesto, aunque éste resulta el más difícil de abordar, por voluntad
propia, puesto que nace justamente como crítica y enfrentamiento a
lo establecido, ya desde fuera, ya desde sus márgenes. Por lo cual
pasa desapercibido y tan sólo de cuando en cuando aflora produciendo
siempre miedo y rechazo, no sólo en el poder político y económico,
sino en la mayoría de los ciudadanos.
Si
la alta cultura es la divisa de cierto poder y el humus cultural es
ninguneado e instrumentalizado por cualquier poder, la cultura
alternativa es rechazada y, cuando el poder dicta al viejo estilo,
perseguida, como sucede en nuestro país desde hace unos años.
2 comentarios:
Excelente diagnóstico. Normalmente, los espíritus creadores, procedan del ámbito que procedan, se ven forzados a nadar contracorriente. Y es natural. Si se sintieran como pez en el agua no avanzarían. La verdad es que es emocionante comprobar la espontaneidad y vitalidad con la que día tras día aparecen los trabajadores de la cultura que tan bien describes. Y no creo que vayan a desaparecer jamás, mientras sigamos siendo humanos. Pero me parece deseable que sigan siendo grupos minoritarios, y también que la mayoría sean anónimos y quién sabe si olvidados. Hace tiempo leí a uno de esos jóvenes escritores diciendo que la literatura no sucumbiría cuando nadie escribiera, sino si todo el mundo lo hiciera. Un abrazo
"Y no creo que vayan a desaparecer jamás, mientras..." lo enlazo con la cuestión del amor, como tendencia espontánea del humano, y por tanto como permanente. La creatividad, la transmisión de lo creado (piensa en la ancestral costumbre de contar, de narrar historias, por ejemplo) desaprecerá si todo humano lo hace, como decía el escritor que comentas.
Pero también está la cara oscura de la gestión y difusión de la creación, y es cuando se enfrenta a la propia creación.
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