Recientemente
he visto tres películas que jugaban con la literatura más allá de
adaptarla a la pantalla. Un trhiller, Animales nocturnos de
Tom Ford, una comedia, El ciudadano ilustre de Mariano Cohn y
Gastón Duprat y una comedia dramática, Paterson de
Jim Jarmusch.
Las
tres, a su modo, son trampantojos irónicos que parecen hablar de la
literatura desde el cine y, sin embargo, están haciendo un cierto
arte, cine y literatura, literacine.
El
trhiller de Ford adapta una novela con un planteamiento clásico en
su género: protagonista bien situada social y económicamente,
ignorante de la crisis existencial en que está sumida, es zarandeada
sin miramientos por su pasado. Cobra conciencia de su vacío y quiere
recuperar un camino perdido. Ella es Susan, una exitosa galerista de
arte, con un matrimonio tan frío como opulento, presa del insomnio,
transitando una vida tan envidiable como vacía. La crisis llega en
forma de paquete con una novela de su anterior esposo y una nota
solicitando su lectura. Siempre fuiste mi mejor crítica, le
escribe. Es el detonante literario, el relato dentro del relato, que
se inicia con lectura de la novela. Al principio parecen historias
paralelas, inconexas, pero a medida que la lectura va absorbiendo a
Susan y adueñándose de la película, se nos revela como una gran
metáfora de la relación que tuvo con su marido. Su presente se
evidencia hueco, incluso para ella misma, y decide recuperarlo. Nada
extraño por ahora, desde Cervantes estamos acostumbrados a relatos
dentro del relato, pero ciertos detalles y la escena final de la
película convierten toda la historia en un relato fabricado por la
protagonista. ¿O tal vez no?
Cohn
y Duprat conceden el Nobel de literatura a un escritor argentino,
Daniel Mantovani. No sólo el tema, sino los continuos comentarios
del premiado, su crítico discurso en la Academia sueca incluido,
versan sobre el arte de novelar y la implicación personal del
escritor. El orgullo pueblerino de su Salas natal lo invita a una
grotesca celebración y él acepta, volviendo al pequeño lugar del
cual salió hace cuarenta años sin intención alguna de regresar. La
comedia negra se adueña de la película a partir de ese momento, con
una delicia de situaciones que enfrentan la mirada provinciana con
otra más abierta que, sin embargo, se nutre de la primera para
construir una literatura universal. Los hechos van complicándose
hasta llegar a un clímax dramático repentinamente refrescado por la
secuencia final. En ella se nos revela la trampa creativa, la
producción del relato que acabmos de presenciar, ¿o se trata de una
nueva historia?
Jarmusch
nos ofrece un ejemplo literatura práctica, el proceso creativo de
los poemas de Paterson, un conductor de autobús en la ciudad de
Paterson, cuna de los poetas William Carlos Williams y Allen
Ginsberg. Una suerte de beatus ille urbano, un canto a la
plenitud de lo sencillo y lo humilde, donde la poesía brota, como el
resto de la vida del protagonista, de la necesidad de un orden
rutinario. Paterson escribe sus poemas en un cuaderno que lleva
habitualmente consigo, al conducir el autobús, al estar con sus
amigos, al sacar a Marvin, el perro de su pareja, al cual odia del
mismo modo que hace todo, contenidamente. Y es el celoso y posesivo
Marvin quien, sin saberlo, lo denuncia como falso poeta y lo empuja
hacia la posibilidad de serlo. Marvin y el turista japonés que, al
final de la película, le regala un cuaderno en blanco. Jarmusch nos
estaba diciendo que todo el proceso creativo mostrado no engendraba
siquiera un embarazo inviable, sino uno falso. Y además nos ofrece
un doble rizo: la película misma es la creación poética, las
imágenes que delicadamente construye y encadena, desde la primera
secuencia hasta la última, son el auténtico mensaje. ¿O es otro?
4 comentarios:
Estupendo análisis que invita a ver las tres protecciones. De ellas sólo he visto Paterson: Me gustó por su honestidad y su ánimo de mostrar, más que de enredar al espectador. Además, seguro puede dar lugar a reflexiones interesantes sobre el límite, a veces tan difuso, entre la vida y la obra, entre vivir creando y crear viviendo...
Y en Paterson no te dió la impresión de que la clave interpretativa está en el turista japonés y su regalo. La creación necesita dolor (causado por el perro Marvin), crisis y vacío para renacer.
Te recomiendo las otras dos.
Saludos
Sí, pero las palabras que se van con el perro Marvin son las mismas que se van cuando salen a la luz, en forma de ese libro que nunca llega a imprimir Paterson..En ambos casos, hay que empezar de nuevo, porque la creación es eso: Siempre empezar de nuevo...
Estamos de acuerdo en la creación comienzo permanente. Pero hay mucho que hablar sobre el perro y, de nuevo insisto, el turista japonés. Hagámoslo ante un buen vino.
Salud
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