23 de mayo de 2019

Cine y amores locos


  Me cago en el amor cantaba Antonio Cuesta, un burgalés con tanta vocación de italiano que adoptó como nombre artístico el de Tonino Carotone. Me cago en el amor, y no es para menos a la vista de los dibujados en Burning, de Lee Chang-Dong, La gaviota, de Michael Mayer y Cold war, de Pawel Pawlikowsky.
El envidioso procura privarte de lo que tu tienes y él desea porque se sabe incapaz de poseerlo o de serlo. Destruye lo deseado con este oscuro razonamiento: si no es mío, de nadie. Y cuando no puede dañarlo lo desprecia, al modo de la zorra a las uvas: no están maduras.
Burning, de Lee Chang-Dong, es la desgarrada, sugerente e inteligente historia de un loco amor ardiente. Su título es perfecto para describir lo narrado, y no sólo en sentido literal. Para los amantes de las tipologías la podemos considerar una película de cine neo negro coreano.
¿Los celos son un tipo de envidia? no los celos compulsivos del ignorante de su absoluta inseguridad, que le empujan hacia la vigilancia enfermiza de su propiedad, sino los celos que sentimos de quien nos parece estar robando lo nuestro, de quien se está convirtiendo, o se ha convertido ya, en nuevo poseedor de lo deseado, un honor, un afecto, una persona. En su fondo late el mismo afán de posesión que en la envidia, por eso cuando la pérdida se ha consumado, no busca tanto recuperar, como privar al otro de lo que nos gustaría ser dueños.
Burning es tanto una historia de envidia, considerando los celos bajo este prisma, como una historia de amor; una envidia generada por un loco amor.
Jong-su, el amante protagonista, es consumido progresivamente por un amor y una sospecha. El primero, quién sabe si es correspondido y la segunda está basada en la continua ambigüedad.
Los personajes y su historia destacan sobre un fondo que no solo aporta leña sino también lanza chispas: una Corea múltiplemente dividida. Viven en la del sur, entre la capital Seul y las granjas rurales del norte, vecinas de la otra Corea y a las que llegan los sonidos de su megafonía lanzando consignas y entonando cantos. Pertenecen a clases opuestas en lo económico, lo social, las inquietudes y los deseos, a pesar de lo cual, o justamente por ello, Hae-mi se deja ayudar por el joven rico y urbano, Ben, del que Jong-su, granjero con sueños de escritor, siente una doble envidia porque también siente celos.
La secuencia en que Hae-mi, el objeto amado, pela y se come una mandarina imaginaria haciendo mímica nos ofrece la más clara línea de interpretación de la película. Jong-su, cautivado por sus gestos, exclama que parece pelar y saborear realmente una mandarina, a lo cual ella responde: lo importante no es que veas la mandarina, sino que no sepas que no está ahí. ¿Quién no ha sido alguna vez, con más o menos arte, pelador de mandarinas? Aunque el aceite de su peladura, el limoneno, no siempre haya llegado a inflamarse y menos del modo como lo hace en Burning.
La gaviota, de Michael Mayer es una obra de teatro que aprovecha las posibilidades del cine, no para difundirse, sino para reconstruirse; no es teatro filmado, sino llevado a la pantalla. De otro modo, es cine clásico: apoyado en unas actuaciones brillantes, una fotografía cuidadísima y, sobre todo, un guión y unos diálogos, los de la obra de Chejov del mismo nombre, que resultan su principal cimiento. Justo lo que Hitchcock jamás hubiera hecho, pues detestaba este modo de hacer cine que destroza tanto el trabajo del creador literario como las posibilidades de la imagen en movimiento.
Esta versión de La gaviota filmada por Mayer apenas presta atención al conflicto entre dos modos de entender la escritura teatral, representados por dos de sus personajes, el del joven Konstantin Treplióv, que anticipa el simbolismo y la innovación de la puesta en escena frente al de Borís Trigorin, que encarna el realismo teatral y la escena clásica. La película prefiere quedarse ante todo con los amores cruzados y las locuras a las que estos empujan a los protagonistas.
Más que amores locos, que los hay, son amores que llevan a la locura, si por locura podemos entender el tirar la propia vida por la borda de múltiples modos. Desde el más radical y abrupto, como el suicidio, hasta el más ingenuo y perseverante, como el empeño sin fatiga en lograr a quien ni nos ama, ni tiene el menor interés en ser amado por nosotros. Pasando por el del abuso sin escrúpulo de la fama y la posición, el ensimismamiento destructor de lo que debería sernos más amado, como un hijo, en aras de un narcisismo que lucha inútilmente contra el irreversible avance del tiempo. O la inocencia tan eclipsada ante el ídolo admirado, que no puede, o no quiere, ver más allá al humano lleno de miserias.
El telón de fondo del amor imposible narrado por Pawlikowsky es el de la Europa de la década y media posterior a la Segunda Guerra Mundial, es decir, el comienzo y consolidación de la Guerra Fría. El título, Cold War, más allá de señalar el telón de fondo histórico del amor entre Zula y Wiktor, ha de entenderse también como la descripción de su amor. Dos bloques imposibles de conciliar, incapaces de comunicarse, jugando continuamente al engaño mutuo y a la vez necesitando el uno del otro para encontrar su sentido, e incluso para seguir existiendo. Su relación no está condenada al fracaso porque sean títeres de una Europa separada por el Telón de Acero, que lo son, sino por la guerra larvada que los dos amantes mantienen desde su primer encuentro. El contexto no genera su amor loco, tan sólo añade más leña y canaliza el fuego de modo existencialista: hay momentos en que la película está emparentada con la Nouvelle vague, Bergman y el Antonioni de El eclipse.
La unión de los protagonistas desprende un fuego tan intenso que ha de ser fugaz forzosamente. Nunca podrá prolongarse en el tiempo pero siempre desearán que ello suceda. Una vieja canción lo describe certeramente: ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio, contigo porque me matas sin ti porque yo me muero, ni contigo ni sin ti.

2 comentarios:

David Porcel Dieste dijo...

Es verdad. Ni contigo ni sin ti. Excelente reflexión de la magistral Cold War. Gracias por tu invitación.

M. A. Velasco León dijo...

Especialmente Burning no te la debes perder. Hay momentos que son hitchcockianos pero combinado con cierto surrealismo, muy oníricos. Pero a la par muy realistas.
Salud