Me cago en el amor
cantaba Antonio Cuesta, un burgalés con tanta vocación de italiano
que adoptó como nombre artístico el de Tonino Carotone. Me cago
en el amor, y no es para menos a la vista de los dibujados en
Burning, de Lee Chang-Dong, La gaviota, de Michael
Mayer y Cold war, de Pawel Pawlikowsky.
El envidioso procura
privarte de lo que tu tienes y él desea porque se sabe incapaz de
poseerlo o de serlo. Destruye lo deseado con este oscuro
razonamiento: si no es mío, de nadie. Y cuando no puede
dañarlo lo desprecia, al modo de la zorra a las uvas: no están
maduras.
Burning, de Lee
Chang-Dong, es la desgarrada, sugerente e inteligente historia de un
loco amor ardiente. Su título es perfecto para describir lo narrado,
y no sólo en sentido literal. Para los amantes de las tipologías la
podemos considerar una película de cine neo negro coreano.
¿Los celos son un tipo
de envidia? no los celos compulsivos del ignorante de su absoluta
inseguridad, que le empujan hacia la vigilancia enfermiza de su
propiedad, sino los celos que sentimos de quien nos parece estar
robando lo nuestro, de quien se está convirtiendo, o se ha
convertido ya, en nuevo poseedor de lo deseado, un honor, un afecto,
una persona. En su fondo late el mismo afán de posesión que en la
envidia, por eso cuando la pérdida se ha consumado, no busca tanto
recuperar, como privar al otro de lo que nos gustaría ser dueños.
Burning es tanto
una historia de envidia, considerando los celos bajo este prisma,
como una historia de amor; una envidia generada por un loco amor.
Jong-su, el amante
protagonista, es consumido progresivamente por un amor y una
sospecha. El primero, quién sabe si es correspondido y la segunda
está basada en la continua ambigüedad.
Los personajes y su
historia destacan sobre un fondo que no solo aporta leña sino
también lanza chispas: una Corea múltiplemente dividida. Viven en
la del sur, entre la capital Seul y las granjas rurales del norte,
vecinas de la otra Corea y a las que llegan los sonidos de su
megafonía lanzando consignas y entonando cantos. Pertenecen a clases
opuestas en lo económico, lo social, las inquietudes y los deseos, a
pesar de lo cual, o justamente por ello, Hae-mi se deja ayudar por el
joven rico y urbano, Ben, del que Jong-su, granjero con sueños de
escritor, siente una doble envidia porque también siente celos.
La secuencia en que
Hae-mi, el objeto amado, pela y se come una mandarina imaginaria
haciendo mímica nos ofrece la más clara línea de interpretación
de la película. Jong-su, cautivado por sus gestos, exclama que
parece pelar y saborear realmente una mandarina, a lo cual ella
responde: lo importante
no es que veas la mandarina, sino que no sepas que no está ahí.
¿Quién no ha sido alguna vez, con más o menos arte, pelador de
mandarinas? Aunque el aceite de su peladura, el limoneno, no siempre
haya llegado a inflamarse y menos del modo como lo hace en Burning.
La gaviota, de
Michael Mayer es una obra de teatro que aprovecha las posibilidades
del cine, no para difundirse, sino para reconstruirse; no es teatro
filmado, sino llevado a la pantalla. De otro modo, es cine clásico:
apoyado en unas actuaciones brillantes, una fotografía cuidadísima
y, sobre todo, un guión y unos diálogos, los de la obra de Chejov
del mismo nombre, que resultan su principal cimiento. Justo lo que
Hitchcock jamás hubiera hecho, pues detestaba este modo de hacer
cine que destroza tanto el trabajo del creador literario como las
posibilidades de la imagen en movimiento.
Esta versión de La
gaviota filmada por Mayer apenas presta atención al conflicto
entre dos modos de entender la escritura teatral, representados por
dos de sus personajes, el del joven Konstantin Treplióv, que
anticipa el simbolismo y la innovación de la puesta en escena frente
al de Borís Trigorin, que encarna el realismo teatral y la escena
clásica. La película prefiere quedarse ante todo con los amores
cruzados y las locuras a las que estos empujan a los protagonistas.
Más que amores locos,
que los hay, son amores que llevan a la locura, si por locura podemos
entender el tirar la propia vida por la borda de múltiples modos.
Desde el más radical y abrupto, como el suicidio, hasta el más
ingenuo y perseverante, como el empeño sin fatiga en lograr a quien
ni nos ama, ni tiene el menor interés en ser amado por nosotros.
Pasando por el del abuso sin escrúpulo de la fama y la posición,
el ensimismamiento destructor de lo que debería sernos más amado,
como un hijo, en aras de un narcisismo que lucha inútilmente contra
el irreversible avance del tiempo. O la inocencia tan eclipsada ante
el ídolo admirado, que no puede, o no quiere, ver más allá al
humano lleno de miserias.
El telón de fondo del
amor imposible narrado por Pawlikowsky es el de la Europa de la
década y media posterior a la Segunda Guerra Mundial, es decir, el
comienzo y consolidación de la Guerra Fría. El título, Cold War,
más allá de señalar el telón de fondo histórico del amor entre
Zula y Wiktor, ha de entenderse también como la descripción de su
amor. Dos bloques imposibles de conciliar, incapaces de comunicarse,
jugando continuamente al engaño mutuo y a la vez necesitando el uno
del otro para encontrar su sentido, e incluso para seguir existiendo.
Su relación no está condenada al fracaso porque sean títeres de
una Europa separada por el Telón de Acero, que lo son, sino por la
guerra larvada que los dos amantes mantienen desde su primer
encuentro. El contexto no genera su amor loco, tan sólo añade más
leña y canaliza el fuego de modo existencialista: hay momentos en
que la película está emparentada con la Nouvelle
vague, Bergman y el Antonioni de El eclipse.
La unión de los
protagonistas desprende un fuego tan intenso que ha de ser fugaz
forzosamente. Nunca podrá prolongarse en el tiempo pero siempre
desearán que ello suceda. Una vieja canción lo describe
certeramente: ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio,
contigo porque me matas sin ti porque yo me muero, ni contigo ni sin
ti.
2 comentarios:
Es verdad. Ni contigo ni sin ti. Excelente reflexión de la magistral Cold War. Gracias por tu invitación.
Especialmente Burning no te la debes perder. Hay momentos que son hitchcockianos pero combinado con cierto surrealismo, muy oníricos. Pero a la par muy realistas.
Salud
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