Hay
una frontera muy fina, demasiado fina, entre ocuparse de los seres
queridos y ser fagocitado por ellos. María (y los demás) de
Nely Reguera, se ocupa de este complejo asunto, con buenas
intenciones e irregulares resultados, pero con el as de su
protagonista, Barbara Lennie.
Ocuparse
de los demás no es bueno, es necesario. Mas ha de hacerse siempre
con un límite, el de uno mismo. Amar al prójimo supone respetarse,
ocuparse de sí, para poder hacerlo de otros. Es preciso decir no,
negarse a transigir siempre, a dejar que prevalezca el punto de vista
del otro, sin expresar el nuestro, sin exigir lo que nos corresponde.
De lo contrario, cuando un día dejemos de ser necesarios para
nuestros próximos, como le ocurre a María, la frustración y
el vacío serán inevitables. Conductas infantiles tratarán de
restaurar lo perdido, con enfados y desplazamientos del deseo, que
seguiremos sin expresar. Aparentando, como la zorra, que las uvas no
están maduras y generando una agresividad que castigará, antes que
a nadie, a nosotros mismos.
Bárbara
Lennie, María, consigue trnasmitirnos todo ello con sus ojos,
su rostro y la caricia de su voz, adueñándose de la película.
El
final de María apuesta por emprender el camino de la
imposible solución a esta complicada paradoja, de la que nos habló
Jankélévitch: para amar hay que ser; amar al otro exige amarme
también a mí.
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