A nuestras autoridades
educativas
El padre de Galileo, músico de oficio,
sabía muy bien lo que eran las penurias económicas (sin llegar a la
pobreza, no vayamos a pensar que era un sin techo de su época, ni
siquiera un perroflauta) por ello recomendó a su hijo seguir
estudios que le permitiesen una profesión de desahogo económico y
reconocimiento social, como la medicina. Insistía mucho a su
primogénito para que guiase sus pasos por el camino del bienestar
económico y la tranquilidad social. Sin embargo, al díscolo
muchacho lo que le gustaba era la música, la literatura y la
matemática. Un saber novedoso, este último, propio de artistas,
visionarios y otros muertos de hambre (y de Inquisición, a partir de
la Contrareforma). Trabó amistad con músicos, tocaba el laúd, leía sin
descanso poesía y se dedicaba al estudio de novedosas rarezas como el
vacío, la gravedad y los movimientos locales. Asuntos exclusivos de
frikis de aquel tiempo, como ese francés tan rarito, que se atrevió a
escribir sobre ciencia en francés, en lugar de latín. No se
conocieron personalmente, pero sí leían sus respectivas obras.
Claro que ¿quién iba a dedicarse a leer semejantes desvaríos
improductivos? sino gentes con el cerebro reblandecido por tanto
excremento de pájaros matemáticos que habitaban sus cabezas.
Si hubiera hecho caso a su padre, es
decir, a la visión conservadora de su época, la que estaba al
servicio del statu quo y el orden establecido del momento, y la que
podía haberle proporcionado “éxito”, la ciencia moderna y sus
aplicaciones tal vez no hubiesen existido. Y es que defender algo
porque sea lo tradicional y lo bien visto por el poder no es amar la
verdad, ni emplear siquiera la razón, nos vino a decir el propio
Galileo.
No pasó de ser un profesor con apuros
económicos, en las universidades de Padua y de Florencia luego. Hubo
de discurrir ingenios, incluso militares, como fuente complementaria
de ingresos, con menos fortuna que más en sus ventas, la mayoría de
las veces. No pudo dar la adecuada dote a sus hijas, que acabaron en
un convento. Y, para colmo de mundanas desdichas, por no hacer caso a
sus mayores, acabó su vejez condenado a un arresto domiciliario
hasta su muerte. ¡Ni su padre llegó a sospechar tamaños peligros
de la desobediencia!
Desoyó los sabios consejos que por el
buen camino habían de conducirlo, pero gracias a ello es el padre de
la física moderna y, mejor todavía, estuvo satisfecho de su vida y
de sí mismo.
Eppur si muove, cuentan que
masculló por lo bajo tras abjurar ante la Inquisición. Y sin
embargo soy feliz, sería la traducción de su vida.
2 comentarios:
Grande consuelo para un músico callejero como yo, tener estos antepasados honoríficos que le han dado al mundo la luz de la inteligencia y la sensibilidad.
Um abrazo
Pues sí, Galileo tocaba el laud y cantaba, según dicen, con no poco gusto. Mantuvo conocimiento con Monteverdi y sus novedades sobre la armonía apoyada en las matemáticas. Ambos se movieron por la Serenísima República de Venecia. Compartes con ellos el regalar, además de música, sensibilidad y no poca inteligencia.
Salud
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