15 de enero de 2017

Cometas


El vuelo de la cometa quiere liberarse de la mano que tira de ella, impide su vuelo libre y la mantiene atada; de la cuerda que siempre exige su regreso.
Mas esta primera imagen nos engaña por completo, pues el viento, por sí mismo, la elevaría para estrellarla con fuerza contra el suelo, nunca para mantenerla arriba. La cuerda, lejos de estorbar el vuelo, lo hace posible. Es la tensión quien permite volar, y la unión con el suelo, a través de la cuerda, la hace elevarse hasta el cielo.

Somos cometa apresada por aquello que la libera. Por eso nuestro vuelo nunca será pleno y encontrará un final. La tensión necesaria lo lastra irremisiblemente, como el aire frena el avance del pájaro, a la par que lo sostiene.

Jankélévitch se sirve de una idea de Bergson, el órgano obstáculo, para explicarnos esta relación: lo que hace posible, justamente por hacer posible y en la medida en que hace posible, es decir, por ser el órgano, es simultáneamente el obstáculo. Toda realización demanda ser estorbada para tener lugar, desgastarse en su proceso mismo. Todo lo que permite impide, al mismo tiempo; no hay órgano sin ser a la par obstáculo.
Sin cuerda no hay vuelo, sin tierra no es posible habitar el aire, sin conexión no hay separación posible.